El buqué y la textura de este vino conservan la suavidad y la frescura del musgo. Beberlo es entrar en un mundo sin concesiones. La garnacha que crece en las alturas graníticas se impone: un caballo al galope desborda fruta y alegría cuando uno escudriña la copa. Con el trago, el campo se convierte en desfiladero y el caballo pasa por el ojo de la aguja. El vino penetra con firmeza y decisión, sin remilgos ni empalagos. Hay altura y frescura, intensidad y densidad, corpulencia cuando el vino cae en la copa. El sorbo, en cambio, estremece porque el vino se muestra fino y escueto y penetra en el desfiladero angosto, tapizado de amapolas y frambuesa.
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